sábado, 6 de diciembre de 2014

Así no

[Artículo publicado por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 5  de diciembre]

Hace unos días, en un bar del centro de Zaragoza, tranquilo, limpio, de los que invitan a entrar.
−Dos copas de vino blanco, por favor.
−¿De Rueda o de la tierra?− Empezamos bien, como si los de Rueda no procedieran de la tierra, y poniendo por delante lo que está de moda. Por cierto, aquí también se elaboran vinos con la variedad verdejo.
−De la tierra, de ésta, un aragonés, por favor.
Y entonces llega el despitote. Los sirven en dos copas… ¡heladas! Si ya es malo servir la cerveza en copa helada −otra funesta moda, que jabría que prohibir− en el vino, en cualquier bebida en realidad, es un auténtico atentado. Se rompe la estructura del vino, su equilibrio, el trabajo conjunto de la vid y el hombre, etc.
Para colmo, tres euros por los dos vinos –lo que le ha costado la botella−, se supone que por el gasto energético de helar las copas. Tras pagar, elegantemente y con las copas intactas, la pregunta.
−¿Por qué esas copas heladas?
−A mí tampoco me gusta –responde el camarero−, pero a la gente, sí.
Tristemente ese es el panorama con el que se encuentran los aficionados al vino en demasiados establecimientos de la ciudad. Incluso admitiendo que el cliente siempre tiene razón –y la tiene, que cada cual haga con su cuerpo y paladar lo que quiera, sin imponerse al otro−, lo lógico sería servir el vino como es debido, fresco y en una copa digna; y si el cliente la quiere helada, que la pida, cosa dudosa.
El maltrato al vino, su carestía, la ignorancia de muchos supuestos profesionales, se encuentra también detrás de las bajas cifras de consumo de vino en nuestro país, unos 16 litros por español y año. Una botella cada quince días, de las más bajas de la Unión Europea.

Y como las bodegas no se pongan las pilas de inmediato, las cifras irán a peor. Pues no se trata de vender mi vino en lugar del de la competencia. La situación es tan alarmante que ahora solo cabe trabajar para inducir al consumo, provocando incluso a los jovenetes, educando a los profesionales en un correcto servicio y, en la medida de lo posible, ajustando los precios. Y el vino será historia.

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