sábado, 13 de abril de 2013

Lo ecológico


[Artículo publicado por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 5 de abril]

Lo ecológico en alimentación —como la ecología “política” hace unas décadas— parece ser cosa de cuatro locos, donde se entremezclan vegetarianos, radicales, desencantados y militantes de la vida sana. Antes bien. No es sino aplicar criterios sensatos —que diría Rajoy— ante la producción y el consumo de alimentos.
Que no son, precisamente, los de la gran y poderosa agroindustria. Esa que mueve toneladas de alimentos de un rincón a otro del planeta, sin otro objetivo que maximizar beneficios; que vende sus aparentemente baratos productos, apoyados en una eficaz publicidad, sin importar apenas los efectos sobre la salud a largo plazo —lo que recuerda, y sirve de símil, a los venenos contra las ratas; solamente funcionan si las matan tiempo después—; esa, finalmente, que ha convertido a la comida en industria y producto, olvidando que es también cultura y modo de vida.
Y aunque parezca que no, el mensaje va calando. Sirva como ejemplo desde la jornada que se celebró ayer en el Paraninfo, rebosante de vitalidad y empuje, hasta los propios mercados agroecológicos zaragozanos —¿cuándo semanales?—, para nada reducto de marginalidad, donde conviven, comerciando civilizadamente, productores, señoras enjoyadas y rastas iniciados en el trabajo del campo.
Aunque quizá todavía no haya que ponerse apocalíptico —basta con ser rajoyanamente sensato—, parece obligado replantearse nuestra alimentación. Sin renunciar a golosinas, pizzas o platos preparados, pero sin basar la comida en ellos. Recuperando los productos de temporada, siempre más abundantes y baratos. Buscando lo cercano, lo del vecino, que así también vivirá de lo nuestro. Incluso, recuperando solidarias costumbres como embotar tomates o asar pimientos, ahora que la tecnología nos ayuda.
Porque jamás, ni siquiera en las peores pesadillas futuristas, nadie se creyó aquello de que nos alimentaríamos con pastillitas de colores. Y es que comer, además de un derecho, debe ser un placer.

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