sábado, 26 de abril de 2014

¿Optimismo?

[Artículo publicado por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 25  de abril]

Durante esta semana nos han bombardeado con el enorme crecimiento del turismo interior durante las pasadas vacaciones de Semana Santa, algo no visto en años. Playas repletas, automóviles por las carreteras –por las buenas, que son las que aparecen en las televisiones−, paseantes por las ciudades, recepcionistas sonrientes. Las cifras de ocupación son impresionantes, muy altas para lo habitual últimamente; los hosteleros se muestran safisfechos, el gobierno más, pero…
Apenas hemos visto publicadas cifras de negocio. No se cuentan. Los únicos datos que no llegan, cual propaganda ‘goebbelsiana’, son los positivos. Cientos de miles de desplazamientos −¿cuántos a la casa del pueblo, para no gastar?−, la citada alta ocupación –¿a qué precios, cuántos días?−, crece ligeramente el consumo en los hogares −¿a costa de qué?−, vuelve la alegría de vivir…
Mas los bares y restaurantes siguen sin llenar, y si otrora un menú a 15 euros era lo cotidiano, hoy se reserva para ocasiones muy especiales. Las cifras macroeconómicas dirán lo que digan, que para eso son ‘interpretables’, pero la mirada cotidiana en las calles habla de que no hay dinero, ni trabajo.
Parece más bien que la ciudadanía se va resignando a esta nueva situación –por favor, no le llamen crisis, que de esas se salía−, y asume, resignada en exceso, que es lo que toca, lo que hay, un futuro permanente de austeridad, cuando no miseria.
Lo único positivo es que no estamos perdiendo nuestra alegría de vivir. Hartos de esperar esos brotes que no llegarán a la mayoría, los españoles parece que nos estamos habituando al nuevo paradigma. En vez del arroz con bogavante volveremos a la cutre paella de los domingos; el dyc frente a las maltas de antaño; la croqueta antes que la tapa de diseño.

Es lo único positivo de esta época, que no consiguen que nos quedemos en casa –el que la tenga−, que perdamos la alegría de estar vivos, aunque malamente. Y, por eso, queda un mínimo reducto a la esperanza. Esperemos.

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