sábado, 21 de marzo de 2015

Urbanidad en la mesa

[Artículo publicado por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 20 de marzo]

La palabra ‘urbanidad’ es de esas que van desapareciendo, un poco por antigua, y un mucho por falta de uso. Y la urbanidad, también conocida como ‘buena educación’ es cada día más necesaria en los restaurantes.
No hablamos siquiera de los clásicos. Esos niños que corretean gritando entre las mesas –como es su obligación de infantes−, mientras sus despreocupados padres se afanan en el filete o el gin-tonic, despreciando su obligación de educadores. O el griterío de determinados comensales, entrechocando sus copas, riendo a molestas carcajadas, como si todos tuviéramos que compartir su ‘felicidad’. Y los camareros descuidados en su aspecto, los que señalan los ingredientes con el dedo, quienes te tratan como si fueras su enemigo, etc.
No, hoy tocan las nuevas tecnologías, esas que están que están modificando los hábitos en numerosos restaurantes. Existe un estudio, llevado a cabo en un restaurante neoyorquino, que asegura que el uso que hacen los clientes del teléfono móvil ralentiza el servicio, lo que se traduce en pérdidas económicas.
Las fotos, con y sin flash, con esos comensales que rodean la mesa hasta encontrar el −¿mejor?− plano y presumir ante sus amigotes. Las constantes conversaciones a voz en grito a través del aparatito, como si al resto nos importaran sus amores o negocios. La obsesión por encontrar el dato al instante, privando a la compañía de agradables digresiones. O esos que hasta se llevan la tablet a la mesa, como si no pudieran vivir desconectados.
La mesa es un lugar de encuentro para, en principio, comer en compañía, propia y ajena. Habrá circunstancias colaterales, que si negocios, celebraciones, necesidad, etc., pero lo sustancial es la comida, cerca de personas desconocidas. De ahí que se exija un mínimo comportamiento, voces quedas, escasos desplazamientos por la sala, ausencia de fogonazos, etc.

Esperemos que no tengan que prohibir los móviles en los restaurantes o, incluso, instalar inhibidores. Pero de ser así, uno lo celebrará… en silencio, eso sí.

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