jueves, 11 de agosto de 2016

Casa y Tinelo, carne y mucho más

Con ganadería propia, la oferta de la casa es mucho más amplia que su excelente ternera

De izquierda a derecha. Salvador Falcó, los cocineros Rubén Martín
y Juan José Manero, y el propietario, Carlos Escamilla.
TEXTOS: J.M.M.U.

La capacidad de convocatoria de Salvador Falcó, productos de autor Val de Falcó, logró reunir en pleno agosto a varios de los mariachis gastronómicos para disfrutar de una comida en Casa y Tinelo, donde probaríamos dos platos elaborados con su arroz. Mas no adelantemos acontecimientos.

El restaurante, autodenominado bistró, aunque no lo sea −restaurante francés modesto, según el diccionario panhispánico de dudas−, dispone de amplio y luminoso comedor, incluidos dos reservados, cafetería, terraza, zona infantil y verde, cómodo aparcamiento. 

Situado al pie de la avenida de Movera, se inauguró en 2009, cuando tras la crisis de las vacas locas, sus propietarios decidieron ampliar sus negocios. Y obviamente, dar salida a su magnífica carne, pues los miembros de la familia Escanilla son ganaderos desde hace casi un siglo.

Y aquí están, dando de comer carne, pero no solamente carne, como muestra el menú que ofrecieron a la prensa. Pues además de proveerse de sus propias carnes, cuentan también con la complicidad de un hortelano ecológico, que le sirve diariamente verduras recién recolectadas a apenas 200 metros de la cocina.

Allí, dos dos jóvenes profesionales, formados y viajados, Rubén Martín y Juan José Manero exploran territorios más allá de la carne, como la citada huerta, pescados de temporada –ahora bonito− o permanentes, caso del bacalao. Todo bajo la supervisión de uno de los hermanos Escanilla, Carlos, que se preparó concienzudamente antes de dar el salto a la hostelería.

El resultado, un excelente menú, bien pensado y mejor realizado, además de uno de los mejores servicios de sala que recordamos.

Compensado menú

Abrió la comida una Copa de foie micuit sobre tierra de oreos, confitura de tomate y helado de trufa, quizá algo confuso, pero interesante en el contraste de sabores.

Impecable el Tartar de tomate rosa, salmorejo y helado de hierbabuena, repleto de frescura y sensaciones.


Para beber, el Langa chardonnay ecológico y el Glárima blanco roble.

De ahí a los arroces, dos, perfecto de punto el primero y rotundo el segundo, homenaje a los productos de la casa. Arroz de plancton, calamar y carpaccio de tocino, en la línea contemporánea, cuya presentación en forma de cilindro logra que no pierda temperatura a lo largo de la degustación.


El Arroz meloso de carrillera de ternera, longaniza de Graus y queso de Patamulo es casi un plato único, que llego compensado y también en su punto. Dio paso al Alquez, una rotunda garnacha de la DOP Calatayud, que ensombreció al vino de la casa, un más que correcto Aixena tinto roble de la Cooperativa de Almudévar.


Llegaron las carnes, primero un entrecot de novilla, acompañado de unas patatas fritas perfectamente elaboradas, en dos frituras, con el interior tierno y crujiente la corteza. Y que hizo todavía más apetitosa una chuleta de ternera en su justo punto de brasa y sazón.


Volvió el arroz a la hora del postre con un Arroz con leche, helado de mascarpone y crujiente de almendras, muy bien elaborado.


Todos los platos son habituales de la carta diaria o del menú degustación, que se sirven por 20,50 y 38 euros, respectivamente. Y sepan que, a pesar de la distancia al centro –no tanta en realidad−, suele llenarse, con reserva casi obligatoria para los fines de semana.

Avda. Movera, 5. Zaragoza. 976 584 147. . De domingo a miércoles: de 6.30 a 19 horas; de jueves a lunes: de 6.30 a 24 horas. No cierra. Admite tarjetas. Admite reservas. Menú del día; 20,50 euros, todo incluido. Menú degustación: 38 euros, todo incluido. Precio medio: 33 euros. Dispone de dos reservados, para 30 y 80 personas. Buen acceso discapacitados. Aparcamiento propio.

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