[Artículo publicado por el director de
GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del jueves, 4 de diciembre]
Es un día triste. Por eso, somos bastantes los que hemos
descorchado nuestra mejor botella de vino en recuerdo de Bartali, que nos dejó
el pasado martes, para irse donde el vino no necesita añada. Él lo hubiera
querido así.
Miguel Ángel Jiménez, aunque casi nadie sabía su nombre, nos
ha dejado tras un fulminante infarto. Chaparro, polemista, gruñón entrañable,
amigo fiel, el vino era su vida. No lo hacía, ni lo cataba, tan sólo lo
disfrutaba. Tanto que, tras reinventarse hace ya alguna década, se dedicó a
vender vino, una excusa, antes que para ganarse la vida, para disfrutar de una
copa en compañía de sus amigos.
Era habitual verlo al mediodía por el Tubo y aledaños, donde
ha popularizado el cóctel que ya siempre llevará su nombre, el bartali –y que siempre beberemos en
estas fechas previas a las navidades−, una copa de Frizzante estrella
Murviedro, un golpe de campari y una corteza de naranja.
Con él desaparece −un poco no, bastante− una manera
hedonista de entender la vida, y las ferias de vino, las catas, las barras de
Zaragoza no serán lo mismo Ya nada será «natural normal». Abrir una botella era
vivir la vida, adelantar nuevas sensaciones, compartir con los amigos.
Enamorado de algunas garnachas del Campo de Borja, su lugar de origen, tampoco
desdeñaba los mejores procedentes de otro origen.
Ya no podremos comernos unos furtivos pajaricos con arroz,
ni disfrutar de un solomillo de corzo, siempre en torno a una botella. Amigo,
queda pendiente ese vino de vermú que íbamos a elaborar el próximo año, así
como muchas comidas y no menos botellas descorchadas. Pero siempre nos quedará
el bartali.
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