[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 11 de enero]
Decíamos la semana pasada que
como clientes de hostelería hay que protestar cuando el servicio no es el
adecuado. Pero también existe una responsabilidad por parte de los propios
consumidores, que se omite en demasiadas ocasiones.
Resulta que en estos días son
frecuentes las cancelaciones de reservas. Mesas de diez o doce personas,
contratadas quizá hace un par de meses, que, ante el hartazgo navideño, se
anulan de un día para otro. Con lo que el restaurante, lo quiera o no, ve
mermada su posibilidad de trabajar, con la sala a medias y quizá personas a la
espera que no pueden disfrutar del espacio.
Mientras que en el resto de
negocios se admite sin mayores problemas el dejar una señal ante un futuro
servicio, sea un vestido, un traje o la compra de un sillón, parece mal visto
en el sector exigir una mínima precaución.
Sin pensar mal —que sí, los hay
que se dedican a fastidiar a la “competencia” con reservas falsas—, parece
necesario exigir un mínimo compromiso a las dos partes. Si el restaurante se
compromete a reservar una mesa, elaborar el menú —con lo que conlleva de
compras, personal, etc.—, parece lógico que la otra parte asuma también su
compromiso. Llámese señal, número de visa, lo que sea.
Pues puede ser entendible que de
un grupo de una docena fallen dos o se sume uno. Pero no lo es tanto, como
suele suceder, que esos doce se conviertan en diecisiete —¿dónde los meto?— o
se reduzcan a ocho, que comerán anchos y como reyes.
Es cierto que el comercio,
también el gastronómico, se basa en la buena voluntad de las partes, pero de la
misma forma que el cliente debe exigir sus derechos, que son muchos, el
restaurante también ha de velar por los suyos. Aunque solo sea para que los que
reservamos y cumplimos no tengamos que pagar las desidias de los otros.
Así que reserve y pague la señal.
Y que los profesionales no tengan miedo de exigir el respeto que merece su
trabajo. Todos saldremos ganando, espero.
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