[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 18 de enero]
Si el cocido no fuera un plato
tradicional, lo veríamos en muchas cartas con pretensiones bajo enunciados como
«Combinado de garbanzos y carnes diversas, cocidos en sus propios jugos, al
aroma de las verduras de temporada», por buscar uno corto. Pues son todavía
muchos los establecimientos cuyos nombres de los platos más parecen un
ejercicio de literatura que una orientación para el cliente.
Pero de ello se escribirá otro
día, pues ahora toca hablar de cocidos, que parecen estar de moda. Más allá de
la zaragozana ruta del cocido o del «cozido» portugués —sin garbanzos, pero con
alubias—, nos encontramos ante un plato racial, radical, cuyo origen hay que
situarlo tanto en la medieval olla podrida —poderosa—, que incluía toda suerte
de comestibles, como en la judía adafina, que se hacía lentamente y por sí
misma al calor del fuego, pues no se podía cocinar en sábado. Además, la
secular intransigencia peninsular impuso un fuerte alarde porcino para
demostrar que se era cristiano viejo.
Obligado cocido los jueves —los
viernes eran de vigilia—, que procede de cuando el dictador salía por Madrid en
busca de su plato favorito, con lo que los atemorizados restaurantes se
obligaban a servirlo, por si aparecía. O el cocido maragato, que se toma al
revés, dejando la sopa para el final, cuyo origen parece provenir de tiempos
guerreros y revueltos, por lo que mejor comenzar con la sustancia, por si había
que salir huyendo. Incluso deconstruido hay cocido, donde nada es lo que
parece.
Cocido en tres vuelcos, o en dos,
que hay gente para todo. Con o sin fideos en la sopa. Con berza, de forma
clásica, o con novedosos esquejes. Cocidos para todos los gustos.
Que, al fin, retornan a las mesas
nobles, a todos los restaurantes, no solamente los humildes. Quedar para
comerse un cocido ya resulta «cool», elegante, lo que significa que estamos en
el buen camino: compartir y disfrutar de la mesa. Aunque no sea jueves.
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