[Artículo publicado por el director de
GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 25 de julio]
Confieso que no he seguido con especial
atención esta edición de MasterChef,
pues, además de la saturación de telerrealidades relacionadas con la cocina
–uno se cansa enseguida de lo manido−, el programa sigue abusando de ese
autoritarismo atrasado −¡Sí, chef!, ¡A sus órdenes, chef!− en los fogones y
abusa de los recursos habituales en este tipo de programas, en detrimento de lo
auténticamente gastronómico.
Pero resultaba obligado contemplar la
final, hasta la que ha llegado un joven oscense, Mateo Sierra, que no pudo
alzarse con el triunfo. Da igual, ¿quién se acuerda del nombre del ganador de
la edición anterior?
Lo importante, lo que nos ha llenado de orgullo y satisfacción a los aragoneses
que nos dedicamos a estos menesteres coquinarios, ha sido la actitud el joven.
Vale que tiene que mejorar su formación, pues dio a entender que el arroz con
almejas era un plato tradicional, cuando el Arroz con borrajas y almejas vio la
luz en noviembre de 1988 en el restaurante Gayarre –no menos cierto es que
Mateo apenas era un recién nacido−. Y probablemente su osadía al atreverse a
guisar una becada, plato mítico y que el firmante nunca olvidará gracias al
maestría del cocinero oscense José Antonio Escartín que lo bordaba en los
diferentes restaurantes por los que pasó en la capital, y lo sigue haciendo
ahora en Calatayud.
Pero es mucho más lo encomiable. Como la
reivindicación y normalización de la celiaquía y, especialmente, la querencia
por los productos y tradiciones locales. Si se trataba de ganar, probablemente
no había que optar por una crema de borraja, sabor lejano para los jurados –por
cierto, ¿suele estar habitualmente en la despensa del concurso, o hubo que
conseguirla?−, ni por unas presentaciones menos vanguardistas de lo que espera
el gusto de los Roca.
Pero ahí estaban la albahaca en forma de
helado, el melocotón con vino, los chilindrones, las rosquillas de anís de la
abuela, la propia borraja. Precisamente las sólidas bases sobre las que debemos
asentar nuestra cocina, pues las técnicas se aprenden, pero los sentimientos,
no. Si persevera, llegará muy lejos. Enhorabuena Mateo.
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