[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 24 de julio]
De vez en cuando surgen modas, funestas modas, que se
extienden como reguero de pólvora ya que el común de los consumidores las
considera elegantes. Una de ellas
consiste en servir la cerveza en vasos o copas heladas. ¿Por qué? ¿A quién se
le ocurrió esta funesta formar de destrozar la bebida?
Veamos. El efecto ‘enfriador’ sobre la cerveza es nimio, más
allá de la temperatura a la que venga del grifo o la botella. Se trata de una
fugaz sensación sobre nuestros labios que desaparece al instante, en breves
segundos. Pero hay más. La fría temperatura del recipiente impide que se forme
más espuma y, lo peor, dado que suele haber una ligera capa de hielo en el
interior del vaso, estamos consumiendo agua por cerveza. Y si esto es malo para
las cervezas convencionales, las Pilsen o lager, resulta funesto para cervezas
con más matices, que desaparecen, o se esconden, con el excesivo frío.
No se atreverá uno a afirmar que estemos ante una picardía
hostelera. ¡Ojalá fuera así! Se trata, una vez más, de esos mitos que corren
por las barras y las mesas, que nadie contrasta y que acaban instalándose en el
imaginario colectivo.
Como aquello de que el tinto se sirve a temperatura
ambiente. ¿La de la plaza del Pilar en las últimas semanas? La frase viene de
la temperatura de la bodega, fresquita ella, en torno a los 16-18 grados, pero
nunca de ese comedor abochornado o la terraza al sol. Y, sí, no pasa nada por
enfriar el tinto. Una cubitera con hielo y sal –para mantener mejor el frío−
ayudará a que ese caldo –aquí sí, caldo− a treinta grados, se convierta en un
vino digerible.
Olvide los prejuicios, que siempre conllevan perjuicios.
Pregunte los porqués a quien le sirva y pruebe –después ya elegirá− a beber la
cerveza en una copa normal o a enfriar sin apuros ese vino tan caliente.
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