sábado, 18 de enero de 2014

Aceiteras y despotismo

[Artículo publicado por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 17  de enero]

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que el vino llegaba a las mesas de los restaurantes en frascas o jarros. Hoy, si así se sirven, no deja de ser una excentricidad limitada a escasos establecimientos, con la complicidad de la clientela. Y, que uno recuerde, no hizo falta ninguna ley o reglamento específico para conseguir tal avance: pasar de vinos innombrados –algunos, incluso imbebibles− a vinos embotellados, que mantenían su calidad durante el tiempo suficiente.
Justo lo contrario de lo que pasará a partir del próximo 28 de febrero, cuando será obligatorio disponer en las mesas de los restaurantes aceiteras –se supone que de aceite de oliva− selladas e irrellenables. Una muestra más de la actividad de estos gobiernos liberales, pero solo para los intereses de sus amigos. Se preocupan del hipotético relleno, pero no de la calidad o conocimiento del contenido. ¿Cuántos consumidores saben que el denominado aceite de oliva –el normalmente utilizado− no es más que aceite no consumible tratado químicamente, al que se aporta un chorro de aceite de oliva virgen, este sí simple zumo de aceituna?
Y si los aceiteros están contentos, pues incrementarán sus ventas en pequeños formatos, la hostelería no tanto, pues verá crecer, por mucho que sea ligeramente, sus costes, asunto complicado en estos momentos.
No tiene uno clara su opinión, pero sí se extraña ante una medida que no llega al vinagre, al pan, al surtido de azucarillos elegantemente servidos, a la sal, al agua, etc. Productos que quizá no disfruten de grupos de presión tan poderosos como el aceite.
Y aunque el despotismo ilustrado quizá hubiera tenido sentido en tiempos de la transición –eso sí desde una perspectiva de izquierdas−, no parece muy útil en estos momentos.

¿O alguien se cree que con esta medida se va a incrementar la baja cultura aceitera del mayor productor del mundo, España? Cómo si no hubiéramos rellenado millones de botellas de ginebra o güisqui teóricamente inalterables.

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