[Artículo publicado por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 6 de diciembre]
Atrapados
por la vorágine de eventos que llevamos viviendo desde el pasado mes de
octubre, generados de forma unitaria por las asociaciones hosteleras
aragonesas, hemos dejado casi olvidado otro de los aspectos positivos de este
fructífero final de año, la reivindicación de la garnacha.
Y
no son solo los muchos puntos Parker que están obteniendo dichos vinos –ahí
están los redondos cien puntos del Alto Moncayo−, con lo que ello conlleva a la
hora de vender en mercados tan emergentes como los Estados Unidos, Canadá o
Japón. Por fin las denominaciones aragonesas se agrupan para tratar de vender
una marca, la “garnacha” de forma
conjunta.
Pues,
no nos engañemos, allá, donde el vino está de moda y se consume; donde podemos
vender lo que aquí no bebemos –los datos en España siguen disminuyendo, siendo
ya de los más bajos de Europa, por persona y año− no nos conocen. Como mucho
les sonará España como gran país productor de vino, pero apenas podrán citar un
par de denominaciones de origen.
Vaya
por delante que las DOP sigue siendo necesarias, que hay que defender la
tipicidad, el terruño y los métodos de elaboración consolidados; y
probablemente con bastantes correcciones en su funcionamiento. Pero no parecen
la mejor vía para difundir y vender nuestros vinos.
Los
citados mercados emergentes, más que por marquistas, se caracterizan por su
pasión por las variedades como seña de identidad de los vinos. ¿Es que nadie se
acuerda del cabernet sauvignon de Falcon
Crest? Y ahora toca la garnacha, variedad predominante en nuestra redolada.
De
forma que hay que aprovechar la coyuntura, especialmente si se quiere que la
vid y el vino sean uno de nuestros ejes de futuro. Olvidar rencillas y
competencias estériles para terminar de abrir los cauces en el exterior; y
luego, que gane el mejor. Algunos pioneros en la defensa de la garnacha, como
Teodoro Pablo, seguirán sonriendo allá donde estén.
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