[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 29 de
marzo]
Los que quieran, y puedan, se
habrán escapado estos días de vacaciones, aprovechando el puente. Se perderán
por el centro de Francia, descubrirán la historia de Grecia o practicarán su
inglés por las praderas irlandesas. Y deberán adaptarse a las costumbres
locales.
Es decir, no pretenderán comerse
una paella en Innisfree, un gazpacho en la Provenza o unas borrajas en
Tesalónica; si lo intentan, será para amargarse el viaje y las expectativas
gustativas. Y si ya persiguen comer a las tres de la tarde o cenar pasadas las
diez, pásense directamente al bocadillo. Quiérese decir que, en la mayoría de
los destinos turísticos consolidados, es el viajero quien debe adecuarse a las
costumbres locales. Es lo que tiene el turismo de interior, el radicalmente
contrario al mar y playa, donde el viajero busca sumergirse, siquiera
brevemente, en la cultura que le acoge.
Lo que no significa, si ahora lo
analizamos desde el punto de vista de la oferta, convertirse en talibán de las
esencias patrias; especialmente cuando hay que buscar los turistas con lazo.
Escribimos sí, de este Aragón.
Este Aragón en el que un
excursionista amante de la naturaleza sufre en demasiados alojamientos para
poder desayunar a las seis de la mañana, pues si lo hace más tarde ya no tendrá
tiempo de disfrutar sosegadamente de nuestros paisajes.
El mismo en el que, todavía, el
nivel de inglés de nuestra hostelería es precario, por no decir nulo. Donde las
cartas en francés o inglés, no digamos ya en ruso, son excepciones.
O donde se ríen del francés que
pretende comer a la una —«tómese una cañita y una tapa, y espere que ya prepararemos
las mesas»— y en cuya capital resulta literalmente imposible cenar, a la carta,
en un restaurante al uso, antes de las ocho y media. Donde al reservar una mesa
para las nueve, que es cuando cenamos en nuestras casas, nos piden que
lleguemos más tarde, so pena de encontrar la puerta cerrada.
Y esto, al parecer, los
responsables del turismo en Aragón no acaban de tenerlo claro.
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