[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 1 de marzo]
El de las hamburguesas, no el
otro, la heroína, que hasta parece presumir de una mejor trazabilidad. Mucho se
ha escrito acerca de que no se trata de un problema de seguridad alimentaria,
pero ya han aparecido noticias acerca de la presencia de determinados
antibióticos nocivos para los humanos. También se ha sostenido el fraude al
consumidor que supone esos etiquetados difusos, por otra parte permitidos por
la normativa.
Hoy nos interesa otro asunto, que
pone sobre el tapate una nueva cuestión, muy relacionada con lo anterior, del
que se ha escrito bastante menos. Una multinacional del mueble detecta esas
trazas de caballo en sus buscadas y baratas albóndigas y... retira todas las
partidas, todas. Desde la escandinavas hasta las españolas, pasando por toda la
superficie europea.
Lo que nos indica la raíz del
problema, la concentración de la distribución y la centralización de las
compras. Antes se detectaba un problema y se podía solucionar localmente, ya
que cercano era el suministro. Parece ser que hoy comemos las mismas albóndigas
aquí, en Zaragoza, que en Estocolmo. Una carne, por otra parte, que del mismo
modo que el dinero ha cruzado y vuelto a cruzar diversas fronteras europeas sin
mayores controles.
Mientras tanto, nuestros
ganaderos deben invertir muchas horas para escribir los partos de su corderos,
reseñar lo que comen, colocar los crotales, aprenderse el número de
identificación, etc. Para que luego las autoridades sean incapaces de detectar
rápidamente la procedencia de los problemas.
Es decir, hemos sustituido la
voluntad soberana del consumidor, que cambiaba de carnicero, por ejemplo,
cuando se sentía maltratado, por un ¿eficaz? sistema de trazabilidad a escala
del mundo mundial, que nunca funciona cuando se le necesita.
Es lo que hay. Y aunque me gusta
la carne de potro, tanto como las otras, también me gusta conocer la cara del
que la produce.
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