[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 8 de
marzo]
Es de suponer, por aquello de
evitar el canibalismo, que el flamante Francisco I no habrá celebrado su
ascenso al papado con un buen asado de paloma torcaz. Un ejercicio que hubiera
revelado su disposición a renovar la institución que más de mil discursos.
Salvando el hecho de su avanzada
edad, lo propio, por aquello de su origen argentino, sería un buen plato de
carne, por ejemplo con salsa chimichurri. Quizá, al tener ascendencia italiana,
tras algo de pasta o verdura servida al dente, como gusta en la vecina
península, grandes devoradores de vegetales, por poco que se sepa.
Lo cierto es que viene del Nuevo
Mundo, como tantas otras cosas que se integraron en la cocina europea,
definiendo, por cierto, la dieta mediterránea, que no se entendería sin tomate,
pimientos, patatas o alubias. Y su condición de jesuita lo entronca con las
cocinas orientales, pues es sabido que fue esta orden quien introdujo la ya
mundial tempura en el imperio del sol naciente.
Y lo hace en un momento en que la
alimentación mundial se enfrenta a una dura encrucijada. Vale que se debe
ocupar mayormente de lo espiritual, pero sin sustento material el espíritu da
poco de sí.
Mientras los países emergentes y
las multinacionales de la agroindustria acaparan terrenos productivos en África
y Sudamérica, el sistema alimentario mundial se uniformiza, generando a la par
obesidad en las sociedades desarrolladas y hambrunas en el resto. Además de las
crecientes sospechas sobre las procedencias, calidades e identificación de
aquello que comemos.
Ya digo que para la Iglesia
Católica el alimento ha sido siempre secundario, salvo cuando se utilizaba para
imponer normas y costumbres, como los abundantes ayunos, abstinencias y
preceptos, que nadan tiene que envidiar a otras religiones.
Sin embargo, en su principal
oración no se olvida de “Danos hoy, nuestro pan de cada día”. Pues eso.
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