Bufé del Piazza. FOTO: gabi Orte / chilindron.es |
[Artículo publicado en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN,
del viernes, 21 de agosto]
La fórmula gastronómica de comer sin
límite se afianza en Zaragoza
Aunque el diccionario define bufé como «comida, por lo general
nocturna, compuesta de platos calientes y fríos, con que se cubre de una vez la
mesa», lo cierto es que la ciudadanía lo asocia con los bufés libres, que están
experimentando un considerable auge en Zaragoza. No es un fenómeno nuevo, en
absoluto, pues no hace falta ser muy viejo para recordar el del Savoy, aquel
que se encontraba en Los Enlaces o el de Casa Jiménez, por citar alguno.
En
los últimos años se han consolidado diferentes propuestas. La más nacional y
castiza, el de tapas de Las Palomas, lugar de paso para muchos turistas, pero
también centro de atracción para los aborígenes. En paralelo, muchos
restaurantes chinos se han reconvertido a esta oferta, bien con su comida
habitual, bien transformados en ‘japoneses’ para todos los gustos, con
profusión de sushis de todos los estilos.
La
fórmula es sencilla. Con un precio fijo, que no suele incluir la bebida, el
cliente se va abasteciendo de los diferentes alimentos expuestos, que se van
renovando según el ritmo de consumo y las disponibilidades de la cocina.
Autoservicio –como se llamaban en tiempos− que suele estar complementado por camareros
para retirar los platos usados o servir la bebida, y que suelen marcar las
diferencias entre unos y otros.
Como
si de turistas se tratara, hemos aprovechado estos días turísticos para
adentrarnos en uno de ellos, el restaurante Piazza −
Plaza del Pilar, 7. Zaragoza. 976 295 964− que, con menos de dos años de vida,
se han consolidado como una de las referencias de la ciudad, especialmente gracias
a sus toques de comida regional y mediterránea, con la pasta y la pizza como
referencia.
Un servicio amable y atento orienta a los neófitos y les explica
la propuesta. Que más allá de su carta, las pizzas o las tapas, se sustancia en
el bufé libre, por 12,95 euros, sin incluir la bebida, suficiente –se pueden
elegir vinos interesantes− y a precio razonable.
Diferentes ensaladas, pastas diversas, paella y Fideuá, patatas
asadas conforman el núcleo de los entrantes, mientras que en lo segundos se
encuentran chorizos y longanizas, huevos rotos, albóndigas, pimientos rellenos
de bacalao, pescado o pollo guisado. Y muchos postres, incluida la fuente de
chocolate, que atrae a los más pequeños.
Pues estamos ante un lugar feliz para los más pequeños, que no
saben a qué lugar acudir –los glotones tampoco−, con lo que sus mayores también
disfrutan. Los platos sucios son levantados de la mesa con prontitud –se cuenta
con un timbre para llamar al camarero− y el ambiente resulta agradable, gracias
a una decoración minimalista.
La comida está resuelta con correctamente y para los más exigentes
basta con esperar a las nuevas bandejas, que llegan continuamente a los
estantes; garantía de que acaban de salir de la cocina.
Disfruten, pues, de sus bufés, pero elijan con exigencia, siendo
conscientes de dónde están y a qué pueden aspirar. No se trata de una
experiencia para todos los días, pero moderadamente es una magnífica opción,
especialmente para disfrutar con la familia. Y, recuerden, no hace falta probar
todo.
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