[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 21 de agosto]
Aunque parezca mentira, no somos el mayor país consumidor de
hielo, ni de helados, por cierto. Estados Unidos triplica nuestro consumo por
persona, pero sí podemos presumir de ser los más ‘cubiteros’ de Europa,
doblando a los británicos, triplicando a los alemanes, y cinco veces más que
los franceses o italianos. Hablamos de cubitos de hielo y del picado para
coctelería, no del empleado, por ejemplo, para conservar pescado, fruta o verdura.
Sin embargo, pocos prestan la atención que se merece el
hielo. Es habitual contemplar cómo hay quienes se aplican un selecto –y caro−
whisky de malta y se despreocupan de lo que añaden para enfriarlo ; el
resultado, una bebida aguada, muy por debajo de lo que pretendía su elaborador.
O esos esnobs que insisten en su ginebra ‘premium’, la exclusiva –y cara−
tónica, sin atender, de nuevo, al hielo que le aplican.
La función del hielo en este tipo de bebidas es enfriar, no
aguar. De hecho, en la coctelería clásica son muy pocos los combinados que se
sirven con las ‘piedras’; se utilizan en la coctelera y después se desechan.
Sin embargo, en nuestros bares son muy habituales esos
hielos huecos, elaborados en maquinita, que desaparecen antes de terciar la
copa o el vaso. Elaborados en el propio lugar por el hostelero, con el agua del
grifo, le resultan tan rentables, como funestos para el cliente.
Si pagamos un plus por las copas, por el servicio, por el
local, por el ambiente, deberíamos exigir que el hielo se incluyera en el
paquete, siendo de una mínima calidad. ¿Cuántos resisten media hora en una
terraza?
No escribo que haya que llegar al punto de exigir que se
enfríe nuestra bebida con hielos esféricos ultracongelados –los más
eficientes−, pero existe una buena solución. Los denostados cubitos de
gasolinera, elaborados con agua tratada y que, si se han mantenido la cadena de
frío, resultan los más eficaces para enfriar. ¡Toma ya!
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