[Artículo publicado por el director de
GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 31 de julio]
Ya tenemos gastronetas en Zaragoza, que es como recomienda
la Fundación del español urgente denominar al food truck con
el sentido de «camioneta en la que se preparan platos de alta cocina, a
menudo en ferias gastronómicas». Ayer se instalaron en el entorno del lago de
Puerto Venecia y allí estarán sirviendo diferentes especialidades
gastronómicas.
Sin embargo, la normativa española, en general –alguna
ciudad como Sevilla, no− impide que estas gastronetas rueden por la ciudad,
aparquen y ofrezcan sus servicios. Con lo que tan solo se instalan en suelos
privados y el motor y la rueda se tornan prescindibles.
Una paradoja más de cómo la administración regula el sector
agroalimentario. A ojo de buen cubero, o desde la lejana perspectiva de un
despacho bien amueblado. Pues si me intoxico en un aparcamiento privado, ¿por
qué sí lo iba a hacer en una plaza pública?
Por mucho que algunos de los últimos gobiernos que hemos
sufridos se definan como liberales, lo cierto es que estamos rodeados de
normas, regulaciones, prescripciones y prohibiciones. Lo que no tendría que ser
ni bueno, ni malo, si existiera una relativa prontitud a la hora de atender las
nuevas demandas del sector.
Pasó, por ejemplo, con las flores comestibles, todo un
calvario para regularizar su distribución. Sigue ocurriendo con determinados
productos artesanos, alejados de la regularidad industrial. Y pasa con la venta
de comida callejera.
Sí, en el Pilar veíamos carritos vendiendo salchichas, pero
era algo temporal, como la laxitud ante la multitud de puestos callejeros de
comida. Pero ya se sabe que en fiestas nadie sufre molestias digestivas,
ingiera lo que ingiera; se supone.
Al menos, obviando que el paisaje será siempre el mismo, nos
podemos hacer la ilusión de que nos encontramos en California o Berlín. Pero
las gastronetas, sin cantearse.
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