[Artículo publicado
por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 19 de junio]
Hace unas semanas se aprobó la creación del Instituto
agroalimentario de Aragón, organismo “que investigará desde la producción de
materias primas de origen vegetal y animal, su transformación industrial en
alimentos, bajo criterios de calidad y seguridad alimentaria, hasta aspectos
relacionados con la gastronomía, la nutrición, la salud y el consumo, teniendo
en cuenta aspectos económicos, sociales y medioambientales”.
No es magro objetivo, sino al contrario. Pues el gobierno
saliente ha necesitado nada menos que cuatro años para materializarlo. Y no
escribimos de edificios o dotaciones, sino simplemente del papeleo paa
aglutinar a los investigadores del instituto.
Sin embargo, con el gobierno ya en funciones –y sus
miembros poco activos por el Pignatelli según cuentan los colegas-, ya se ha
creado la comisión rectora, “que trabajará en la puesta en marcha del instituto
con el objetivo de que esté funcionando a pleno rendimiento antes de final de
año”.
¿Por qué tanta prisa? Y más en estas circunstancias. El
firmante tiende a ser bien pensado, pero leyendo el ámbito de actuación que se
supone propio del instituto, parece como un intento de dejar sentadas las
líneas de nuestra agroalimentación, no sea que vengan los rojos y, por ejemplo,
prohíban los transgénicos. O incluso peor, quizá se trate de afianzar
estructuras, personas y plazas, antes de que nadie pueda mínimamente analizar
qué ha pasado en estos últimos años con la investigación y tecnología
agroalimentaria aragonesa.
Si todas las fuerzas políticas coinciden en que la
agroalimentación es materia estratégica en esta tierra –es decir, profundamente
política- habrá que esperar a que funcione el nuevo gobierno, las nuevas
cortes, para tomar decisiones. Lo contrario suena bastante feo.
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