[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 17 de mayo]
La FAO, Agencia para la
Alimentación y la Agricultura de la ONU, ha sugerido que la humanidad debería
comer más insectos y algas. Es cierto que, especialmente los primeros, ya
suponen un parte importante de la dieta de habitantes en México, sudeste
asiático y, en menor medida, centro de África.
Y no es menos cierto que, desde
un punto de vista de rentabilidad energética, son un alimento más que
interesante. Si para producir un kilo de proteína de vaca se necesitan unos
veinte de hierba, para lograr lo mismo con saltamontes, bastan apenas con un
par de verdes kilos.
Pero comer es un acto cultural.
Aquí comemos, algunos, caracoles, pero nadie disfruta en la mesa con las
babosas, que son lo mismo, pero sin caparazón. No nos da asco una gamba, con
sus ojillos negros, antenas y caparazones, pero somos incapaces de ingerir un
saltamontes a la plancha. Y nos lanzamos sobre ostras, percebes y mejillones,
que provocarían arcadas en habitantes de otras latitudes.
No duda uno de las buenas
intenciones de la FAO. De hecho, es una de las pocas agencias internacionales
cuyos estudios y análisis son dignos de consideración, pero mosquea el momento
elegido, este de crisis, para lanzar el mensaje. Es sabido que existe el hambre
en el mundo, como también que desaprovechamos, según estudios, hasta un 30 % de
los alimentos producidos en el mundo. Que el negocio de la agroalimentación es
uno de los más rentables, por inevitable, del planeta.
Pero esta noticia, ahora, suena
más a resignación, a buscarse la vida —la alimentación— en el campo, que a una
llamada de atención. Si podemos comer escarabajos, mariposas, polillas, abejas,
avispas, hormigas, saltamontes, pulgones, chinches, cigarras, etc. qué más da
la crisis.
¿Para qué queremos prestaciones
por desempleo teniendo parques repletos de bichejos que nos podemos comer?
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