[Artículo publicado por el director de
GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 5 de septiembre]
Parece que ya han vuelto casi todos. Se
acabó el encontrar sitio para aparcar en los establecimientos que se han
mantenido abiertos en agosto, no demasiados. A cambio, la inmensa mayoría de
bares y restaurantes ya se están operativos. Algunos han cerrado, otros se
remodelan y también los hay que abren, buscando nuevos mercados.
Suele ser septiembre un mes optimista en
Zaragoza. A las pilas recién recargadas se suman las expectativas del Pilar,
días de buen consumo para la hostelería. Y después vendrá, aunque bastante
disminuido en su presupuesto, Aragón con
gusto, que ya dará paso a las prenavidades y nuevos días de gasto y asueto.
De ahí que el sector comience el curso con un tono moderadamente optimista, que
esperemos no se tope con la cruda realidad.
Pues, a pesar de las cifras
macroeconómicas, las que manejan los jefes, las cajas de los pequeños bares y
restaurantes, siguen siendo un albur. Una mala semana, un par de mesas que se
caigan, varios clientes que abandonen su cotidiano cafelito pueden convertirse
en una tragedia económica, sí no preludio de despido, cierre o abandono.
La hostelería sigue inmersa en un cambio
de modelo aunque, afortunadamente, no han decaído las ganas de disfrutar por
parte de los consumidores. Nos sigue gustando salir de vinos, de cañas, de
tapas o a cenar con la mínima excusa. Pero los presupuestos son los que son. De
ahí que la ciudadanía espacie sus salidas, controle los presupuestos y sopese
detenidamente los diferentes menús.
Pues, del mal el menos, el menú a precio
cerrado –cada cual en su escala de gasto− se ha impuesto como norma y
referencia. La carta, las alegrías de antaño, se han limitado a excepcionales
circunstancias –y algunas, pocas, personas, que tratan de disimular su
capacidad monetaria−, con lo que ya no cuentan en las expectativas de los
restaurantes. Para sobrevivir hay que ceñirse a los precios definidos, claros y
rotundos.
O sumergirse en esas lamentables guerras
de precios que solamente traerán perdedores, por más que algunos clientes
disfruten de escasos momentos felices.
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