[Artículo publicado por el director de
GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 22 de agosto]
La crisis del sector de la fruta,
consecuencia del veto ruso a numerosos productos agrícolas ha puesto de
manifiesto dos graves problemas en la actual organización del sistema europeo
en lo que a producción agrícola se refiere. La primera y más evidente es la
lentitud con que suelen reaccionar los políticos cuando surgen los problemas, y
más si sucede en agosto y se encuentran de vacaciones.
Y si ante incendios, inundaciones y demás
imprevisibles catástrofes, el sistema suele reaccionar con prontitud, dado que
son profesionales especializados quienes se encargan de dichas tareas, cuando
son los responsables políticos los que tienen que decidir se impone la
delación. Y obviamente, los productos perecederos tienden a perecer. Por lo que
sería deseable establecer mecanismos que eviten estos vacíos, o soluciones a
destiempo, sea por vetos, alarmas sanitarias infundadas o cualquiera de los muchos incidentes
relacionados con la actividad agrícola o ganadera.
Por otra parte, va siendo evidente que el
sistema industrial que se está imponiendo a la agricultura española y europea,
casa bien poco con una actividad directamente relacionada con la siempre
cambiante–y cada vez más− naturaleza. Pretender que criar tomates es
equivalente a producir tornillos resulta de una ingenuidad aterradora, siendo
amables. Cierto es que en determinados sectores, como el porcino, también el
aragonés, la agroindustria ya ha conseguido que ser porquero resulte cada vez
más equivalente a obrero, de los proletarios de antaño, salvo por el hecho de
que creen ser sus propios jefes.
Es cierto que la revolución agraria ha
mejorado la producción de alimentos en las últimas décadas, pero no lo es menos
que crece la perversión energética. Producimos muchos más alimentos, sí, pero
para cebar tocinos, vacas y pollos, que es donde la industria alcanza su mayor
rentabilidad. Pues alimentar a toda la humanidad no es un problema técnico, si
no político.
Y si a ellos les dejan almacenar miles de
pollos en espacios limitados, al menos, que nos dejen a nosotros, los menos,
consumir los criados en libertad. Ahí está el meollo.
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