[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 19 de abril]
El calor ya está aquí. No es
noticia, pues más tarde o más pronto se haría notar. Y, desgraciadamente,
tampoco es novedad que en estos momentos la mayoría de los hosteleros apenas
sepan si pueden sacar dos o seis mesas a la calle, si las sillas han de estar
cara la pared —sí, como leen, de espaldas a esa calle que nos gusta mirar con
el vino y el cigarrito—, si les medirán, o si les multarán. La misma canción de
casi todos los años.
Pero cada vez más grave, pues del
consumo en la terraza dependen ya muchos negocios y bastantes puestos de
trabajo. Y puesto que los ciudadanos hemos decidido —¡buen remedio!— restringir
nuestros gastos, cada consumición que se pierde es un pasito hacia la ruina del
hostelero.
Uno, como ciudadano, puede
entender, mal que bien, que cambien las normas; que suban las tasas por
ocupación de la vía pública; que haya que dejar espacios libres para carritos,
bicicletas, perros, etc; que la acera, en definitiva, no sea un espacio ácrata,
sino un civilizado lugar donde convivan ciudadanos ociosos, sentados con su
consumición, con aquellos que transitan. Puede asumirlo y, además, abonarlo,
pues todo lo que conlleve aumento de gastos lo abonarán los clientes.
Vale. Pero ¿por qué precisamente
ahora, cuando las terrazas comienzan a extenderse? ¿Es que en invierno no se
pueden visar planos, firmar autorizaciones, revisar propuestas y autorizar
terraza? Lo cierto es que el problema está aquí, en los despachos, en los
medios y en las calles. Y quienes queremos disfrutar de un poco de paz,
alparceando a nuestro alrededor, nos sentimos/sentamos coartados. ¿Tan difícil
es reglamentar?
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