Borsao, una de las bodegas más exportadoras. |
Quizá el caso más emblemático sea
el sector del vino. Finiquitados prácticamente muchos de aquellos
megaproyectos, que solían venir de la mano del ladrillo, las bodegas con
vocación de bodegueros y, por supuesto, las de origen cooperativo, están
soportando la crisis.
Gracias a la exportación, por
supuesto, que está compensando la caída del consumo interno, pero que debe ser
de obligado cumplimiento. Si somos de los primeros en el volumen producido de
vino —y casi los últimos en su consumo—, hay que vender fuera y tratar de
recuperar la cultura del vino dentro. Es lo que están haciendo nuestras
bodegas, exportando, pero también auspiciando degustaciones, catas, cenas
maridadas, como semanalmente leen en la agenda de la parte inferior.
De la misma forma, se están
poniendo las pilas decenas de pequeñas empresas familiares, artesanas,
dedicadas desde a la elaboración de helados hasta la cría de pollos ecológicos,
pasando por la comercialización de legumbres, mermeladas, azafranes, etc.
Conscientes de que el sistema anterior no funcionaba, buscan nuevas fórmulas
para dar salida a sus productos. Venta directa a consumidores y hostelería,
mercadillos, internet, nuevos conceptos de tiendas... Salidas individuales, si
se quiere, quizá no una amenaza para las grandes distribuidoras, pero sí una
vía de encuentro con unos consumidores que crecen en número y concienciación.
La restauración, también
También los restaurantes se
renuevan. Un buen ejemplo, el Cachirulo, que paralelamente al anuncio de que no
abre por las noches, pues su clientela ya cuenta con el comedor del Teatro
Principal, abre dos nuevos espacios para el servicio de los aragoneses. El
salón pompeyano de la sede de Bantierra, el antiguo comedor del Casino, para
los que tengan alguna edad; y el palacio de Larrinaga, un gran desconocido para
la ciudadanía, que lo va a recuperar para usos lúdicos.
Y junto a las empresas de mayor
tamaño que se reinventan para seguir dando servicio a sus clientes, los
pequeños restaurantes, los familiares, especialmente los surgidos de los
profesionales de escuelas de hostelería, buscan otras fórmulas para no perder
el favor de un público que, ante la crisis, puede perder los buenos hábitos
mediterráneos.
Jornadas conjuntas, intercambios
de cocineros, degustaciones y eventos, ofertas puntuales, presencia en las
redes, cursos de cocina.. Todo es válido para mantener unos establecimientos,
nacidos quizá simplemente para dar de comer, pero que deben crecer, aprovechar
al máximo sus instalaciones y generar la imprescindible rentabilidad.
Como sucede también con muchas
tiendas especializadas, capaces de adaptar horarios y productos a las
necesidades de los actuales clientes, desde la venta por internet hasta el
servicio personalizado.
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