[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 8 de febrero]
Mientras los escasos hortelanos
que subsisten en Zaragoza —han bajado en veinte años de 600 a menos de treinta—
se quejan del escaso consumo de verduras frescas, opinión ratificada por
bastantes verduleros, crece el número de huertos y hortelanos aficionados en
Zaragoza y su entorno. ¿Contradictorio? Probablemente, no.
El cambio de hábitos de finales
del siglo pasado, con el abandono de la cocina diaria, la compra en grandes
superficies, el recurso a los platos preparados, provocó ciertamente que las
verduras compradas directamente al tendero, fueran perdiendo espacio en los
frigoríficos. Y aunque actualmente, si se quiere, se pueda poner lo anterior en
suspenso por la crisis, el fenómeno es universal, occidentalmente hablando.
Sucede que una generación
encontró en el abandono de las cotidianas tareas domésticas la liberación
personal, incluido el cocinar. La modernidad venía en forma de salsa de tomate,
que ya no había que embotar cada verano; tan sólo había que calentar las sopas,
una vez descubierto el mecanismo para abrir la caja; el congelador sustituía
con éxito a la conserva casera...
Y pasa, también, que otras
generaciones más recientes, urbanitas en su formación, añoran de alguna forma
un retorno a los orígenes, a lo natural, a lo ecológico, si se quiere.
Disfrutan cocinando su comida, tocándola en la tienda, sabiendo que procede de
profesionales cercanos.
Ahí aparecen las verduras. Con
inmerecida fama de caras —pregunten a los productores— pues apenas sabemos
trabajarlas, ejemplifican esa vuelta a lo cercano. A nadie se le escapa que no
es lo mismo un cardo cogido en Cadrete, que una lechuga que viene de Almería.
Por ello su retorno, además de salutífero, resulta imparable; tan sólo basta
con reconciliarse, o descubrir, su variedad de sabores y elaboraciones,
recuperando el placer de la cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario