[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 15 de febrero]
Vaya por delante que uno no es
especialmente afecto a Arturo Fernández, ni tampoco al actor. De hecho, gracias
a una de sus empresas, la que gestionaba la magnífica hospedería de La
Iglesuela del Cid, un cocinero y servidor por poco nos quedamos a dormir en la
calle, y era pleno invierno del Maestrazgo. Teníamos reserva y, de hecho,
impartíamos un cursillo allí al día siguiente. El hotel, de cuatro estrellas
—obligada apertura 24 horas— estaba cerrado: no había nadie, hasta el portero
estaba de baja. Una protesta formal hubiera supuesto el despido de la
trabajadora responsable, derrengada tras una larga fiesta celebrada allí. En
fin, dormimos en unos apartamentos de turismo rural.
Pero que nadie se rasgue las
vestiduras por unas prácticas habituales en la hostelería, especialmente las de
mayor tamaño. ¿O dónde piensan que van a parar esos dineros, sin iva, que se
abonan en bodas y eventos? Y no son pocos los trabajadores que, sin pensar el
su futuro, aceptan gustosos la práctica para ver incrementados sus ingresos. La
picaresca, por denominarlo de forma amable, está extendida por toda la
sociedad. Desde los fontaneros hasta los banqueros.
Lo grave del asunto, además del
cargo del personaje, es la alegría con que consigue numerosos contratos
públicos, sin que nadie se preocupe por indagar en lo lícito de sus prácticas.
Habituales, insisto en la
hostelería, no en toda, pero sí en bastante. Esa misma que remolonea
habitualmente cuando se pide una factura, «deje sus datos, ya se la
enviaremos», y hasta nunca. Que continúa escribiendo sus precios sin iva, en
contra de la normativa, para ver si así nos despistamos y gastamos más. Que
maltrata a sus empleados con decenas de horas por la patilla...
Y ya la administración suele
mirar para otro lado, al menos consumidores deberíamos evitar dichos
establecimientos.
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