[Artículo publicado por el
director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 7 de septiembre]
Mientras septiembre puebla
Aragón, de Teruel al valle de Tena, de diferentes eventos gastronómicos, bien
que ajustados sus presupuestos, los restaurantes —algunos, al menos— aportan
indicios de esa necesaria renovación y adaptación a unos tiempos que han
llegado para quedarse, si no lo remediamos.
Hay crisis, obvio. El personal
sale poco y gasta menos. Muchos, ni eso. Y bastantes de ellos comienzan a sospechar
que los precios y servicios de nuestro reciente pasado gastronómico apuntaban
hacia un generalizado abuso, escondido en la burbuja general española.
Pero por un lado seguimos
necesitando alimentarnos, y por el otro, disfrutar de los placeres de la mesa.
Pues nuestra cultura mediterránea, aun en peligro, sigue viva en nuestro
subconsciente. Al menos, mientras Merkel lo permita.
Y, aun sabedores de que muchos
establecimientos cerrarán, otros comienzan a reinventar sus negocios,
afortunadamente huyendo de la simple, obvia y poco eficaz bajada de precios,
que tan solo conduce a prorrogar la agonía.
Dos ejemplos zaragozanos que
comparten manzana y reciente apertura, por cierto. Mientras El Trasgo, en la
trasera de la plaza España —Josefa Amar y Borbón, 8—,
ha optado por la cocina experimental y de vanguardia, sorprendente y
divertida, la casa de comidas Siendra, haciendo honor a este tradicional —y
olvidado— concepto, facilita las propuestas de menús y tapas a los clientes,
con diferentes fórmulas.
En ambos casos la cocina es sólida
y reconocible en su personal estilo. Pero lo que de verdad comparten es el
convencimiento de que el cliente, el zaragozano, no es tan lerdo como a veces
se apunta.
Y es capaz de de disfrutar un día
de un bol y un platillo por 12 euros, y en otra ocasión, hacerlo un largo menú degustación por 70. Basta que la
propuesta sea adecuada en medios, fines y precios. Y por ahí deben reinventarse
quienes deseen subsistir en este sector. Que cunda.
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