[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 21 de diciembre]
Si está leyendo esto, como
espero, que para eso se escribe, habrá comprobado que el mundo no se ha
acabado. No es que los mayas se equivocaron, simplemente se cansaron de contar,
o ya no les quedaba más piedra para seguir con su calendario. O intuyeron la
que caería a principios de siglo y se regocijaron en enredar a futuro.
Así que aún nos queda un día para
soñar con la lotería y seguir discutiendo sobre las comidas navideñas. Aunque
la mayoría ya tendrá diseñados y comprados los menús, quizá a la espera de
completarlo con un pellizco de suerte, no serán pocos los que improvisen a
última hora. Pagando más por su pereza y resignándose a encontrar lo que quede
en los comercios.
Es lo que tiene no planificar. De
ahí, por ejemplo, la ingente cantidad de alimentos que todavía seguimos
derrochando, unos 63 kilos anuales de comida en buen estado, por aragonés y
año. Vale que en los buenos tiempos nos malacostumbraron y modificamos nuestros
hábitos. Olvidamos comprar a granel, optando por monodosis, embandejados,
preparados industriales, etc. Comodidad, sí, pero hay que pagarla y los tiempos
no son los más adecuados.
Ahora que, lamentablemente,
varios millones de personas disponen de tiempo más que suficiente, hemos
olvidado cómo se hacen las conservas caseras, a embotar tomate, a cocinar
legumbres a fuego lento o a aprovechar los restos del asado, para convertirlos
en deliciosas croquetas.
El planeta produce alimentos más
que necesarios para nutrir a toda la humanidad, pero están mal distribuidos. Y
ahora tenemos una oportunidad de reinventarnos desde la crisis, convertirnos en
consumidores activos —coproductores, en la terminología de Slow Food—,
redescubrir la cocina, aliada con la tecnología, y considerarla, además, como
placer y ocio.
Está en nuestras manos cambiar el
sistema alimentario. De lo contrario, más tarde o más temprano, y sin fecha
fija, los mayas habrán tenido razón.
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