[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 8 de diciembre]
Cada día son más quienes deben
resignarse a vivir, o al menos comer habitualmente, con padres y abuelos,
jubilados que suponen ya la primera fuerza de consumo en este arrastrado país.
Así, mientras dure este largo temporal, parados y desahuciados tienen la
oportunidad de empaparse de unos saberes —y sabores, por supuesto—, que los
años de bonanza habían diluido.
Con lo que, si salimos de esta,
habremos podido recuperar unas formas de alimentarnos, y vivir, que jamás
debimos abandonar. Y tiempo, ahora, no será lo que le falte a la ingente
cantidad de parados y desamparados.
Comprar es bastante más que
acudir al súper, llenar el carro y pasar la tarjeta. Supone, como hacían las
abuelas, una labor de inteligente aprovisionamiento, aprovechando los productos
vegetales de temporada, más sanos, saludables y sabrosos; eligiendo partes
menos nobles o afamadas de las carnes, pero que expresan sus texturas y sabores
en guisos a fuego lento; volviendo a las agradecidas legumbres, fuente de
energía a coste razonable; aprovechando las ofertas, que ya en casa veremos
cómo se cocinan.
Y hay que volver a las cocinas,
sentarse tras los mayores y aprender. Ver cómo de los huesos que tirábamos al
cubo salen exquisitas sopas; que las sobras son siempre reutilizables:
croquetas, empanadillas, lasañas, pero también alegrando esas lentejas que
sobraron ayer y que volverán a la mesa con otra presencia. Amasando pasta,
elaborando pasteles y bizcochos, embotando las verduras baratas, haciendo
conserva...
Todo lo que fuera alimentación de
subsistencia puede y debe ser recuperado. Especialmente cuando contamos con
instrumentos —congeladores, envasadoras de vacío, microondas— que ya hubieran
querido nuestros mayores. Y al menos, convirtamos la necesidad en placer, la
vuelta a la cocina en entretenimiento y relaciones personales. Incluso cuando
esto pase, si es que pasa.
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