[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 21 de diciembre]
Si nos ponemos exquisitos, la gastronomía es
fundamentalmente agua, si bien con algún elemento más. Agua en un 85 % es el
vino; algo más, si se trata de frutas y verduras, y un poco menos si
disfrutamos de carnes o pescados. Y sin embargo, cada vez que se retoma el
sempiterno asunto de la regulación del agua en Aragón, los pantanos, apenas
aparece la alimentación en el debate.
Vaya por delante que en el debate
entre inundadores para regar e inundados que deben huir de sus orígenes, uno se
inclina hacia los segundos. Pero además del corazón, en los debates debe entrar
también la razón. Y cada vez que se lee acerca de costosos pantanos, en
proyecto o en construcción, apenas surge el debate de la gastronómica agua.
Para regar, por supuesto. Pero
¿para regar qué? ¿Hectáreas de frutales que generan interesantes ingresos al
ser exportados sus frutos? ¿Explotaciones hortofrutícolas para alimentar al
poblado valle del Ebro, que mayoritariamente se abastece de los invernaderos
del sur? ¿O inmensas superficies
forrajeras que se convertirán en piensos para engordar una ganadería intensiva
cuyos beneficios cotizan en otros lugares?
¿Agua a manta o riego por goteo?
Pues aunque mucho y ejemplarmente se ha avanzado en los sistemas de riego, queda
todavía mucho camino por delante.
Nuestro profundo colodrillo rural
nos impele a pedir agua, mucha más agua. Por si acaso. Que no se pierda en el
mar, como si los océanos no necesitaran el agua de los ríos. Véanse las playas
del mediterráneo, cómo están sus arenas... Aguas torrenciales que, por mucho
que las encaucemos, tratarán siempre de buscar su camino natural.
Agua sí. Pero para producir
alimentos de forma sostenible. Ahí radica el problema, una vez más. En el
modelo, en la política con mayúsculas —esa que parece reivindicarse ahora, cuando
ya no hay pasta—. Ahí es donde deben mojarse, pero de verdad.
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