[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 23 de marzo}
Creía
uno, que también es de pueblo como la mayoría de los zaragozanos, que aquellos
enconados debates Zaragoza contra Aragón,
estaban ya superados. Que era posible la coexistencia de una ciudad que se
pretende europea con un entorno rural dinámico y moderno. Aunque no es menos
cierto que nuestros políticos siguen siendo incapaces de definir el estatus de
la capital de Aragón; sean de color que sean.
Lo que
tienen las sobremesas, especialmente al calor de los buenos vinos aragoneses,
es que el personal larga —incluso sin tabaco— y se sincera. Y si éstas son
mesas de cualquiera de las tres provincias aragonesas, incluidas las dos capitalitas, suele aparecer el rol de
Zaragoza. Y nunca para bien, como puede confirmar el que suscribe, de Zaragoza,
pero también de pueblo, aunque grande y también capital, Ejea de los
Caballeros.
Y nunca
para bien. Zaragoza contra Aragón, de nuevo. Se quejan de que todo se cuece
—nunca mejor dicho— en la capital, que los zaragozanos salen poco —cierto— y
gastan menos —más dudoso—, que no atienden a su entorno, que es quien le
alimenta. No les falta razón, ciertamente, pero resulta vano enconarse en un
discurso victimista.
Si se
mira desde otra perspectiva, la cosa cambia. Y así debe hacerse. Una megapolis
de casi un millón de habitantes, rodeada de un entorno natural, bastante
intacto para como están las cosas, tranquilo y con buenos servicios. Es decir,
un amplio mercado potencial para consumir las producciones locales de calidad;
miles de personas susceptibles de comprar escapadas y excursiones de un día o
dos; y, además, con un cierto sentimiento de culpabilidad, que habría que aprovechar
desde lo rural.
Oscenses,
turolenses, habitantes del cuarto espacio o como se denomine ahora: ¿y si dejan
de llorar y se dedican a vender? No será por falta de tiempo, capacidad o
potencialidades?
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