[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 31 de mayo]
Andan algunos yayos
escandalizados por ese suelto de los periódicos que anuncia el proyecto de la
NASA para diseñar una impresora capaz de “imprimir” alimentos a los astronautas
durante una futura e hipotética estancia en Marte. No duden que así será, pero
sean también conscientes que ello no modificará —mucho, al menos— sus hábitos
alimentarios.
Recuerda el hecho a aquel mito de
los sesenta, cuando se comenzaban a comprender los mecanismos de la nutrición,
y se auguraba un futuro de “comedores de pastilla”, dejando de lado la tediosa,
especialmente para los norteamericanos, tarea de cocinar.
Pues no. De la misma forma que no
comeremos gusanos de forma habitual —la FAO en realidad, sugería su uso
fundamental para piensos animales, pensando en racionalizar costes energéticos
y evitar posibles enfermedades como la EEB—, ni nos atiborramos de pastillas
alimenticias —los suplementos de moda son otro asunto, más mercadotecnia que
nutrición—, esa impresora tridimensional no llegará a nuestras cocinas a un
lugar principal.
Aunque parezca que no, las
cocinas domésticas son un reducto muy conservador, poco dado a transformaciones
radicales. Costó décadas aceptar los frigoríficos y congeladores, ahora
imprescindibles, y son todavía muchos quienes suspiran por el fuego de gas,
marginado ante vitros e inducciones varias. De hecho, la mayoría de los
microondas se utilizan para calentar la leche o descongelar, desaprovechando
muchas de sus versatilidades para guisar.
O no se cocina, como pasa cada
vez más, y se cae en manos de la industria de elaboración. O se sigue cocinando
al modo tradicional, por mucho que la tradición no provenga de siglos.
Pero no se apuren, aunque la
globalización parece decir lo contrario, son muchos quienes piensan que resulta
más fácil cambiar de religión que de forma de alimentarse.
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