[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 21 de junio]
No hay manera. Salvo contadas,
contadísimas excepciones, el servicio de nuestros bares y restaurantes sigue
bajo mínimos. Y mira que, estando la cosa como está, es una de las principales
bazas para fidelizar clientes, para diferenciarse de la competencia; para
subsistir, en definitiva.
Algunos casos concretos y reales,
sin nombres para prevenir molestias, que han sucedido esta misma semana en la
tierra noble.
Restaurante de alto nivel, cuatro
comensales que se aplican, sin pestañear, otras tantas botellas de champagne
Moët Chandon; es decir, manejan y saben de qué va el asunto. Se acaba la comida
y uno de los comensales decide pasarse al gin-tonic.
Lo pide en copa de balón y se lo traen, desde la cocina, ya servido. ¿Y si
quería menos tónica? ¿U otra ginebra? No le martirizaron con los botánicos,
pero tuvo que confiar en la buena voluntad, que no oficio, que quien le sirvió.
Tras dos cafés y sendos
minibocadillo, los clientes piden la cuenta. Es media mañana y se supone que
tendrán que volver al trabajo, no aceleradamente, pero sí sin mucha dilación.
La camarera decide que es un buen momento para limpiar la vajilla: los dos
clientes esperan, otro aún no puede pedir su almuerzo, pero la trabajadora ha
conseguido poner orden en su vajilla… y perder varios clientes.
Pequeño hotel ¿con encanto? de
nuestro entrañable Pirineo. El dueño, sin conocer de nada a los dos clientes,
varón y hembra, comienza a expresar sus furibundas expresiones homófobas,
aprovechando de paso, para contarles que su esposa, presente al fondo del salón
recepción, es una mujer funesta —le atrapó con malas artes— y su hija una ….
Bien está que aspiremos a ser una
potencia turística. Que se fomenten desde la administración cursillos de
formación, que tratemos de profesionalizar el sector. Pero mientras no se
interiorice que la hostelería es, además de negocio, un servicio —que no una
relación servicial— no saldremos de la mediocridad.
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