[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 3 de agosto]
En breve comenzaremos a ver en
los mercados (de alimentos) ingentes cantidades de tomate rosa, procedente en
su mayoría de Barbastro y el resto de la provincia oscense. Y aunque el
fenómeno tenga algo de moda, parece que esta afición por frutos perdidos y casi
olvidados perdurará en el tiempo.
No es asunto baladí, pues tiene
mucho de simbólico. El tomate, que llegó a Europa desde México con los
españoles, no se popularizó hasta bien entrado el siglo XIX, pues al principio
se llegó a considerar tóxico y poco aconsejable. Bien aclimatado en el
Mediterráneo, es ya la base de las salsas más populares e industriales, como el
kétchup, y, sin duda, una de las hortalizas más consumidas. Pero...
Pero... qué tomate. Durante las
últimas décadas hemos asistido a una proliferación de bonitos e insulsos
tomates, en los mercados durante todo el año, que nada tienen que ver con los
que maduran en verano y llegan a la ensalada con todo su sabor. La industria
abusó de su poder y conocimiento, auspiciando un alimento sin apenas valores
organolépticos, estéril, fabricado como
si de tornillos se tratara. Eso sí, bonito y todo el año. Y picamos, y nos
olvidamos de nuestras huertas.
Pero parece que los consumidores
se están rebelando. Que comienzan a huir de esas atemporales insípidas
bellezas, para decantarse por el sabor. Lo que, en este caso, implica
producciones locales y cercanas, de temporada, en sazón. En ello están desde
los hortelanos oscenses, que han sabido preservar su tradición y sus semillas,
organizándose para una eficaz comercialización, hasta los propios y abnegados
investigadores agroalimentarios aragoneses, que colaboran para mejorar los
rendimientos y la genética, respetando el sabor y sus características.
Simplemente por ello, ya se
merecían la portada que ofrece ya el bimestral GASTRO ARAGÓN. Y que los
aficionados opten por volver a disfrutar en la mesa.
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