[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 13 de julio]
Parece que la crisis provocará
que la mayoría de quienes tomen sus vacaciones este verano —y los más de cinco
millones que no tendrán— restrinjan sus viajes a nuestro país, sean las costas
o el interior.
Una ocasión para hacer de la
necesidad virtud y centrarse en el turismo gastronómico. Que no es sólo, aunque
también, dedicarse a disfrutar de la cocina de los grandes restaurantes. Placer
cada vez más restringido, por más que los precios de dichos establecimientos
sean en nuestro país más que razonables y generalmente más baratos que una
tribuna de fútbol.
Donde vaya coma lo que hacen los
lugareños. Tal sería el consejo básico y primordial. Si en la playa están
comiendo sardinas, no se empecine con la gamba blanca; seguro que las primeras
están de temporada y en su mejor momento, además de más asequibles en el
precio. Si en la montaña se aplican unas sabrosas alubias, quizá esa energía le
haga falta para soportar la fresca nocturna. Si toman picante, pique; si
ligero, usted también; si contundente, lo mismo. La alimentación de un lugar,
si no se ha degradado en exceso, es fruto de una sabiduría ancestral, que jamás
hay que despreciar.
A la hora de comprar, no es
necesario decantarse por las insípidas grandes superficies o las tiendas para
turistas. Busque donde compran los de casa: probablemente el pan será local y
mejor; los embutidos, de un carnicero próximo; y los precios más ajustados. No
le importe preguntar —¡esa obsesión española por saberlo todo!—, pero contraste
las respuestas.
Todavía no es complicado
encontrar honrados establecimientos, sean hostales, restaurantes, bares o
tiendas, en muchos de nuestros pueblos, incluso los más turísticos, aunque
siempre se encontrarán lejos de la primera línea de playa. Y su búsqueda puede convertir
un anodino viaje en una divertida aventura. ¡Ni se imagina la de pequeños
museos dedicados a la alimentación en los más recónditos lugares!
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