[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 20 de julio]
Andan las buenas gentes revueltas
ante la prohibición de comercializar foie en California, por aquello del
hipotético sufrimiento de patos y ocas, que son cebados artificialmente para
hipertrofiar su hígado y producir el afamado producto objeto de deseo gastronómico.
Y como todas las modas, tarde o temprano, llegará por estos lares.
Vaya por delante que uno estima
este producto, aunque esté aburrido de contemplar la proliferación del mismo,
de dudosa calidad, en restaurantes y bares con pretensiones. Pero esta
repentina conciencia hacia los patos parece sospechosa. Y más viniendo de un
país donde inyectan antibióticos a la carne de vacuno, en el que se arremolinan
decenas de miles de animales —ya sean terneros, cerdos o pollos— en inmensas
granjas industriales, sin el mínimo espacio, o donde el maíz y la soja
transgénica se cuentan por millones de toneladas.
Es probable que los patos sufran,
como los pollos hacinados o los tocinos de granja, aunque no expresen sus
quejas. Tampoco se ha oído protestar a los tomates cuando son escaldados o a
las lechugas arrancadas sin cariño.
Salvo que uno decida convertirse
en crudívoros estricto —o como se escriba— y limitarse a recolectar lo que
ofrece la naturaleza, sin arrancarlo por supuesto, una mínima violencia será
necesaria para alimentarse. Cultivando y arrancando vegetales; criando animales
y matándolos, aunque escribamos sacrificio; sacando pececillos de su húmedo
entorno; incluso los huevos que nos comemos podrían ser futuras gallinas...
Tal como andan las cosas, parece
más sensato dedicarnos a defender a los agricultores y ganaderos; controlar a
las ansiosas cadenas de distribución; vigilar, sin pasarse, las condiciones
sanitarias de nuestros establecimientos, etc.
Comer es lo que tiene, que algo
—¿alguien?— debe ser ingerido. Aunque sea foie, y malo.
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