[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 11 de mayo]
Asiste
uno, perplejo, a los últimos acontecimientos de la vida política nacional e
internacional. Desde las subidas de impuestos, eso sí, para los asalariados, a
las nacionalizaciones recientes —o como quieran llamarles, que las batallas se
han desplazado al lenguaje; véase, copago,
tasas al consumo, etc.—, por lo que, desde esta humilde columna, se quiere
contribuir al bien común, aportando unas humildes propuestas a nuestro
gobernantes, aunque no sean, como hizo Jonathan Swift, para acabar con el
hambre. Porque hambre, aquí, no hay ¿O sí?
Aprovechando
la pertinaz —ha vuelto— sequía, que impide regar nuestros fértiles campos, y
dado que a los ganaderos no les llega para alimentar a sus animales, cabría
soltar a todos los bichos por el campo —sin llegar a nacionalizarlo, tan solo
se tomaría prestado a los terratenientes, hasta que Yesa esté acabada—, que ya
se buscarán la vida.
Mientras,
profesionales pertinentes, como militares regresados, monitores sin trabajo,
guías desorientados, etc., podrían formar a los desempleados para
reconvertirlos en cazadores silvestres, provocando regocijo y divertimento en
la población en general. Cabe aquí también aprovechar la aborigen sabiduría de
tanto inmigrante abusón, que se desenvuelve bien en la penuria y el
primitivismo.
Así,
con tanto bicho para procesar, volveríamos a reconvertir los actuales centros
culturales, antes mataderos, en nuevos centros
de sacrificio. Y todos comeríamos proteínas.
¿Dónde?
En los muchos restaurantes que no puedan pagar sus créditos a Bankia y
similares. Expropiaríamos, siempre provisionalmente, dichos establecimientos y
la joven generación española, la mejor formada de la historia, sabría lo que es
cocinar y servir una mesa, que para eso han vivido atendidos hasta hace cuatro
días.
Y así
iríamos pagando esos créditos a los mercados, ya tranquilos al ver que España,
por fin, se mueve.
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