[Artículo publicado
por el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 8 de mayo]
Ayer comí en Huesca. ¿Y a mí qué me importa?, pensará usted.
Bastante más de lo que imagina. Era una comida organizada por Slow Food Chapu
Osca, que reunió en la misma mesa a socios de esta organización internacional y
diferentes productores de la provincia altoaragonesa. En el menú elaborado
magistralmente por Óscar Viñuales y Beatriz Allue, propietarios del restaurante
Origen, aparecían garbanzos de la Hoya, trigueros ecológicos, queso de cabra de
Radiquero, arroz Brazal del Cinca, trucha de El Grado, pollo de corral de
Poleñino, yogur de leche de oveja de Fonz, helado de gewürztraminer Elarte, y
vinos de Ayerbe y Lanaja.
Hubo coloquio y debate, que es lo que a usted le interesa.
Pues la provincia oscense está sabiendo armonizar la producción de alimentos de
calidad con la complicidad de cocineros y clientela para disfrutarlos. Es el
primer paso. El que dieron esos italianos a los que miramos con envidia por su
capacidad para vender en todo el mundo, que primero convencieron a sus vecinos,
para posteriormente saltar más allá de sus fronteras.
Si no nos queremos nosotros, ¿quién lo hará? Parece ocioso
recordar aquí los beneficios de consumir alimentos de proximidad, desde los
ecológicos y medioambientales, hasta los derivados de su punto óptimo de sabor,
amén de generar valor añadido en el propio territorio y consolidar la población
en el medio rural.
En esta campaña electoral que acaba de comenzar –aunque
parezca que llevamos medio año− todos los candidatos hablan de apoyar a nuestra
agroindustria, a los agricultores, a los ganaderos. Pero pocos concretan
acciones o van más allá de declaraciones genéricas. Pues no es lo mismo apoyar
la industrializada industria del porcina (y comernos sus residuos), que apostar
por la producción de quesos de calidad.
Seremos hoy optimistas, constatando que son muchos quienes
trabajan por esta gastronomía ‘limpia, buena y justa’, pues seguro que, según
vayamos oyendo propuestas políticas –si es que las hay−, el sentimiento
evolucionará hacia el lúcido pesimismo de siempre. Eso sí, no nos quitarán lo
ya comido.
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