[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 13 de abril}
Antaño
protagonista de duras batallas de precios —los que peinan canas se acuerdan,
por ejemplo, de la bilbilitana, que concluyó con cierres de establecimientos—
el pan sigue estando de actualidad, pues a su valor simbólico en el entorno mediterráneo,
se suma su inestimable rol en las actuales estrategias de mercado.
Imprescindible
en nuestra dieta, el pan experimenta un momento dual, a la par que manifiesta
las contradicciones de nuestro sistema alimentario. Usado como gancho por
cadenas y grandes superficies, que compiten en precio, y extendido por los más
inverosímiles puntos de venta —desde gasolineras a kioscos de prensa—, es el
resultado visible de una industria capaz de suministrarnos un producto,
higiénica y sanitariamente impecable, pero de escasos valores organolépticos.
Pero,
paralelamente, pequeños obradores, industrias artesanas, están revolucionando
el mundo del pan. Recuperan masas madres, elaboran fórmulas y formas ya
perdidas, crean y difunden la figura del pan de calidad —las pinteras y cañadas
turolenses, con C’alial— y nos devuelven placeres gustativos casi olvidados. De
hecho, son ya bastantes las tahonas rurales que venden en Zaragoza y muchos los
turistas de interior que vuelven a la capital con un enorme pan bajo el brazo.
Hasta los restaurantes punteros se están plateando qué panes usar en sus
establecimientos, aburridos los clientes de esos vulgares panecillos
precocidos.
Y en
este proceloso mar migoso, es una vez más el consumidor quien decidirá quien se
mantiene a flote, por más que puedan coexistir ambos modelos. Optar por panes
malos, aunque baratos, para dejarse los dineros en tecnología o ropa, donde el pvp parece no importar; o cuidar la
alimentación y el gusto, pagando un poco, muy poco, más por productos deliciosos,
elaborados con tiempo y amor.
Usted
elige.
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