[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 27 de septiembre]
El inicio del curso, con el
lógico paréntesis de las próximas fiestas del Pilar, supone una buena excusa
para volver hablar de los menús diarios
que ofertan nuestros restaurantes, y bastantes bares.
Muchos empresarios se han
empeñado en una batalla de precios, como si el coste del menú fuera el único
argumento para atraer clientela. Y puede que en algunos casos sea así, pues un
euro menos al día, son veintitantos al mes, suficientes para darse alguna otra
alegría. Mientras que otros se empeñan en abarrotar al cliente, como si esa
fuera su única comida de la semana.
Sin embargo, la ciudadanía no es
tonta. Compara, mira, comprueba y, sobre todo, recuerda. ¿Cómo es posible que
ese menú haya bajado dos, tres o cinco euros? ¿Se sobraban antes, se encuentran
en las últimas, han bajado la calidad de los productos?
Pero resulta, además, que también
son muchos quienes desean meterse algo en el cuerpo, ligerito, pero
equilibrado, para poder seguir trabajando a lo largo de la tarde. Un plato
diario, un minimenú, llámese como quiera, que no exija más de media hora para
comer, alimentarse y retornar al curro. La fórmula, inencontrable en Zaragoza
hace cinco años –había que configurárselo a partir de tapas, por ejemplo− se
está extendiendo con rapidez, especialmente por el centro de la
ciudad. Demanda hay, está claro, y la oferta se está poniendo las pilas.
Así que el sector debe seguir reinventándose, si no quiere desaparecer. Como lo han hecho la mayoría de largas comidas de negocios, que concluían al caer la tarde, puro y copas incluidos. Pues si desde los establecimientos se empeñan en culpar a la crisis de la bajada de clientes –que tiene su importancia, evidentemente−, sin analizar que nos encontramos ante un radical cambio de hábitos, podemos acabar como los países nórdicos, donde salir
ciudad. Demanda hay, está claro, y la oferta se está poniendo las pilas.
Así que el sector debe seguir reinventándose, si no quiere desaparecer. Como lo han hecho la mayoría de largas comidas de negocios, que concluían al caer la tarde, puro y copas incluidos. Pues si desde los establecimientos se empeñan en culpar a la crisis de la bajada de clientes –que tiene su importancia, evidentemente−, sin analizar que nos encontramos ante un radical cambio de hábitos, podemos acabar como los países nórdicos, donde salir