[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 6 de septiembre]
De las pocas cosas buenas que
tiene esta permanente crisis en la que vivimos, una es la explicitación brutal
del sistema socioeconómico imperante; de cualquier aspecto del mismo. La última
ha sido la autorización del gobierno griego para que se vendan en supermercados
productos pasados de la fecha de consumo preferente. Eso sí, bien diferenciados
del resto, para que quede muy clarito que siempre ha habido clases. Otro asunto
es que sean muchos los establecimientos que lo pongan en marcha, debido a los
daños colaterales que conlleva.
Los alimentos, o se pueden comer,
o no. De ahí el concepto caducidad, que expresa, o debería hacerlo, que ya no
se considera apto para el consumo humano; y que se suele aplicar en carnes,
pescados y productos frescos en general.
Pero junto a él, llega aquello
del «consumo preferente», entelequia lógica en origen –a partir de esta fecha,
usted mismo; no enfermará, pero el jamón no estará igual de bueno− que ha
generado un perverso sistema de eliminación de alimentos consumibles para mayor
gloria de la cuenta de resultados de la industria alimentaria.
Si cambiamos de móvil cada año
por aquello de estar a la última, parece coherente que vaciemos la nevera de
productos pasados de fecha. De nada sirve que nuestros sentidos estén –eso sí,
cada vez menos− diseñados para detectar alimentos en mal estado, se impone lo
que marca la etiqueta… que ha escrito el fabricante. Y lo cierto es que la
mayoría de médicos y nutricionistas, sin entrar en otras consideraciones,
permiten estos consumos, pues no afectan a la salud humana.
¿O sí? Al menos lo parece en la del
ministro Cañete, aplicado consumidor de yogures pasados de fecha, que ya se
imagina paseando militarmente por las obras del nuevo trasvase. Eso sí,
evacuando perfectamente gracias a los bífidos y demás bichejos.
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