[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 4 de octubre]
Una vez más invadimos el espacio
de Carbonell. Pues las cadenas han descubierto el tirón de los programas de
¿cocina?, ¿gastronomía?, ¿concursos?, ¿telerrealidad?, que concitan la
suficiente audiencia como para ser rentables –todos comemos, o lo intentamos−,
además de ofrecer un perfil magnífico para vender anuncios de alimentos. Y no
deja de tener su coña que, mientras cierran y agonizan restaurantes, los
cocineros accedan a la efímera gloria de McLuhan.
El miércoles se estrenó Top Chef, exitoso programa allende
nuestra fronteras, que consiste, fundamentalmente, en un competición entre
cocineros profesionales, alguno muy afamado, y aragonés otro. Y que fue más
largo que la noche de los óscares, pues a las dos de la mañana seguía en
emisión. Como para conciliar…
Quizá para diferenciarse de Master Chef, el que inició la moda, con
el que tiene evidentes similitudes, por mucho que lo nieguen los responsables
de la cadena: –retos parecidos, selección de concursantes, miedo escénico. Sin
embargo, la tele, como la cocina, es ritmo y personalidad. Y nada tiene que ver
el huracán Chicote con otros presentadores, pues enamora a la cámara, la
entiende y la domina.
Cierto es que aquí se ve más
cocina y que el programa apasionará a quienes disfruten de la gastronomía y
desconozcan cómo es una cocina profesional, lo más alejado, créanme, a la de su casa.
Y entre sus aciertos, esa coda
final, el almacén, donde además de
refocilare en las lágrimas de los concursantes, las emotivas llamadas de las
madres, etc., se habla de cocina. De salubridad, de respetar el sabor de los
alimentos, de atinar en la combinación de ingredientes, de respetar los puntos
de cocción… Y al parecer, pues hasta allí no llega el firmante, de
interaccionar, conseguir recetas en la red, etc.
Así que, de no cambiar, nos
esperan noches de vigilia los miércoles.
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