[Artículo publicado por
el director de GASTRO ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 18 de
octubre]
Periódicamente vuelven a los
medios de comunicación las llamadas de los partidarios de un radical cambio de
horarios en nuestros hábitos. No solamente lo de adecuarnos a nuestro huso, que
Franco hizo cambiar para tener la misma hora que Berlín y Roma, sino,
especialmente, racionalizar los mismos. Sin mentar el próximo y estúpido cambio
de hora, que tantos estómagos perturba.
Sepan que en los años treinta en
España se comía y cenaba aproximadamente a la vez que en el resto de Europa.
Sobre la una, en el mundo rural, y a las dos en las ciudades más grandes,
mientras que la cena solía ser a partir de las las ocho. Pero entre los muchos hábitos
que nos dejó el franquismo se encuentra el evidente retraso de nuestros
condumios; sea bueno o malo. El pluriempleo habitual para salir adelante, los
atípicos horarios continuos de los funcionarios se encuentran entre las causas
de tal cambio.
De forma que hoy parece imposible
evadirse de los mismos. Si quieres comer con un amigo funcionario de los que
respetan sus horarios, no lo podrás hacer antes de las tres y media, pero si tu
amigo es francés, contento si te sirven antes de la una y media.
O hagan esta prueba: traten de
cenar en un restaurante, un miércoles cualquiera, a las nueve de la noche.
Comenzar a cenar, no llegar. Titánica tarea que, en un sector que suele
presumir de sus amplios horarios, se antoja casi imposible. Que si está recién
abierto, que si no hay nadie en la cocina, etc. Con lo que aquello tan
interesante de salir entre semana, cenar a las nueve, tomarse una copa después
y en casa a las doce, se torna complicado en esta ciudad.
Vale que la demanda genera
oferta. Pero quizá debería reflexionar la restauración acerca de sus horarios y
quizá así no habría tantas noches de cero entre semana. Porque el personal,
lamentablemente, tenemos la costumbre de madrugar; aunque no nos guste.
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