[Artículo publicado por el director de GASTRO
ARAGÓN en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, del viernes, 27 de mayo]
En plena de semana de las garnachas del Campo de Borja, una
interesante iniciativa de la denominación, que alcanza ya una docena de
ediciones, no parece inconveniente ejercer de Pepito Grillo y recordar que,
aunque mucho camino se ha recorrido, falta al menos otro tanto.
Es cierto que la garnacha cuenta con amplia presencia en
nuestra tierra. En Borja, pero también en Calatayud y Cariñena, además de otras
zonas aragonesas; hasta Somontano comienza a explotar el potencial de las
suyas. La garnacha es aragonesa, sí, pero no exclusiva.
De hecho, si usted pide una garnacha en cualquier
restaurante de nivel de Madrid, Barcelona o el País Vasco, le ofrecerán alguna
de las nuestras, por supuesto, pero también de Madrid, La Rioja, Navarra,
Cataluña o Castilla León. Diferentes, que el terruño sigue mandando, pero
igualmente interesantes y, en demasiados casos, mejor vendidas.
Somos tierra de extremos. De la misma forma que hace unas
décadas denostábamos nuestra preciada variedad, parece que hoy ya todo está
hecho, y no. Hay que seguir trabajando la personalidad y la tipificidad, el
sabor de la tierra; jugando en la liga de precios ajustados, pero también en la
«champions»; buscando diseños actuales y atractivos; y atendiendo tanto a los
mercados más lejanos, como al bar colindante con la bodega.
No hay que dormirse en los laureles. Tanto el Jamón de
Teruel como el Ternasco de Aragón fueron pioneros a la hora de crear sus
denominaciones en España, los primeros; pero siguen sin ser los más conocidos.
Pues la veteranía da edad y no necesariamente fructífera experiencia.
Elaboremos y bebamos garnachas, por supuesto, pero sin
dejarnos llevar por el triunfalismo o una moda que quizá se pase pronto.
Consolidemos mercados y nichos de consumo, sigamos trabajando en ello, mejorando,
pero sabiendo que los demás no descansan. Que la viña y el vino son uno de
nuestros puntales de futuro, de ese cacareado desarrollo sostenible.
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